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    en uno de esos mullidos sillones. Y no crea que no estoy totalmente de acuerdo con
    usted. Dejando aparte todas las consideraciones personales, el mínimo favor que
    podemos hacer a la raza humana es permitir que se extinga con nosotros y no perpetuarla
    para que la exhiban en un zoológico.
    Ella dijo «Gracias» de forma casi inaudible, y el rubor desapareció de su cara. La ira se
    reflejaba en sus ojos, pero Walter sabía que no era por su causa. Con los ojos lanzando
    chispas como en ese momento, se parecía mucho a Martha, pensó.
    Le sonrió y dijo:
     O si no...
    Ella se levantó de un salto y por un momento él creyó que se acercaría y le pegaría.
    Después volvió a desplomarse en su asiento.
     Si usted fuera un hombre, pensaría en una forma de... ¿Ha dicho que se les puede
    matar?  Su voz era dura.
     ¿A los zan? Oh, desde luego. Los he estado estudiando. Su aspecto difiere
    totalmente del nuestro, pero creo que tienen un metabolismo parecido, el mismo tipo de
    sistema circulatorio, y probablemente el mismo tipo de sistema digestivo. Creo que
    cualquier cosa capaz de matarnos a nosotros podría matarlos a ellos.
     Pero usted ha dicho que...
     Oh, naturalmente, hay diferencias. Ellos no poseen el factor que hace envejecer a los
    hombres. O bien ellos tienen una glándula de la que el hombre carece, algo que renueve
    las células. Más frecuentemente que cada siete años, quiero decir.
    Ella había olvidado su ira. Se inclinó ansiosamente hacia delante. Dijo:
     Creo que tiene razón. Sin embargo, no creo que sientan dolor, de ninguna clase.
    El había estado esperando eso. Dijo:
     ¿Qué le hace pensar as!?
     Encontré un trozo de alambre en la mesa de mi cubículo y lo estiré frente a la puerta
    para que el zan se cayera. Así fue, y el alambre le hizo un corte en la pierna.
     ¿Observó si le salía sangre roja?
     Sí. pero no pareció importarle. No se enfadó; ni siquiera hizo un solo comentario, lo
    único que hizo fue desatar el alambre. Al volver pocas horas después, el corte había
    desaparecido. Bueno, casi. Conseguí ver un pequeño rastro de él y por esto estoy segura
    de que era el mismo zan.
    Walter Phelan asintió lentamente.
     Es natural que no se enfadara. No experimentan ninguna clase de emoción. Quizá, si
    matáramos a uno de ellos, ni siquiera nos castigaran. Se limitarían a darnos la comida por
    un agujero y no se acercarían a nosotros, nos tratarían como los hombres trataban a los
    animales de un zoológico que habían matado a su guardián. Probablemente se limitarían
    a asegurarse de que no atacáramos a otro de nuestros guardianes.
     ¿Cuántos hay?
    Walter repuso:
    - 38 -
     Unos doscientos, según creo, en esta nave concreta. Pero, indudablemente, hay
    muchos más en el lugar de donde proceden. Sin embargo, tengo el presentimiento de que
    esto sólo constituye una avanzadilla, encargada de limpiar el planeta y preparar la
    ocupación de los zan.
     Resulta indudable que han hecho un buen...
    Llamaron con los nudillos a la puerta y Walter Phelan dijo: «Adelante.» Un zan abrió la
    puerta y se quedó en el umbral.
     Hola, George  saludó Walter.
     Ho la, Wal ter.  El mismo ritual. ¿El mismo zan?
     ¿Qué es lo que te preocupa?
     O tra cria tu ra duer me y no se des pier ta. U na llama da co madre ja.
    Walter se encogió de hombros.
     Son cosas que ocurren, George. El Viejo de la Muerte. Ya te he hablado de él.
     Al go peor. Un zan ha muerto. Esta ma ña na.
     ¿Es eso peor?  Walter le miró imperturbablemente . Bueno, George, tendrás que
    acostumbrarte a ello, si pensáis quedaros aquí.
    El zan no dijo nada. Se quedó donde estaba. Finalmente, Walter dijo:
     ¿Y bien?
     Respecto a la comadreja, ¿recomiendas lo mis mo?
    Walter se encogió de hombros nuevamente.
     Lo más probable es que no sirva de nada. Pero ¿por qué no?
    El zan salió.
    Walter oyó sus pasos, alejándose. Sonrió entre dientes.
     Quizá dé resultado, Martha  dijo.
     Mar... Yo me llamo Grace, señor Phelan. ¿Qué es lo que quizá dé resultado?
     Yo me llamo Walter, Grace. Dejémonos de formulismos. Verás, Grace, tú me
    recuerdas mucho a Martha. Era mi esposa. Falleció hace un par de años.
     Lo siento. Pero ¿qué es lo que quizá dé resultado? ¿De qué has hablado con el zan?
     Mañana lo sabremos  dijo Walter.
    Y no pudo sacarle una palabra más.
    Aquél era el tercer día de estancia de los zan. El día siguiente fue el último. Era cerca
    de mediodía cuando apareció uno de los zan. Después del ceremonial, permaneció junto
    a la puerta, con un aspecto más extraño que nunca. Resultaría interesante poder
    describirlo, pero no existen palabras para hacerlo. Dijo:
     Nos mar cha mos. El con se jo se ha reu ni do y lo ha de ci di do.
     ¿Acaso ha muerto otro de los vuestros?
     A no che. Es te es un pla ne ta de muer te.
    Walter asintió.
     Vosotros habéis hecho vuestra parte. Dejáis a doscientos trece con vida, aparte de
    nosotros, pero esto no es demasiado entre muchos millones. No tengáis prisa en volver.
     ¿Podemos hacer algo?
     Sí. Podéis daros prisa. Dejad nuestra puerta abierta y las demás cerradas. Nos
    ocuparemos de los otros. El zan asintió y se fue.
    Grace Evans se había levantado, y tenía los ojos brillantes; Preguntó:
     ¿Cómo...? ¿Qué...?
     Espera  le advirtió Walter . Déjame oírles despegar. Es un ruido que quiero oír y
    recordar.
    El ruido se produjo a los pocos minutos, y Walter Phelan, adquiriendo súbitamente
    conciencia de lo tenso que estaba, se dejó caer en una silla y se relajó.
    Repuso apaciblemente:
    - 39 -
     En el Jardín del Edén también había una serpiente, Grace, y ella nos causó muchos
    problemas. Pero ésta nos los ha solucionado y ha compensado la acción de aquélla. Me
    refiero a la pareja de la serpiente que murió anteayer.
    Era una serpiente de cascabel.
     Quieres decir que por su causa murieron los dos zan? Pero...
    Walter asintió.
     No sabían nada acerca de las serpientes. Cuando los zan me llevaron a ver las
    primeras criaturas que «estaban dormidas y no se despertaban», vi que una de ellas era
    un serpiente de cascabel. Tuve una idea, Grace. Se me ocurrió pensar que las criaturas
    venenosas eran unas especies características de la Tierra y que los zan no debían de
    conocerlas. Además, cabía la posibilidad de que su organismo fuera tan parecido al
    nuestro que el veneno les matara. De todos modos, no se perdía nada por intentarlo. Y
    ambas suposiciones fueron acertadas.
     ¿Cómo lograste que la serpiente de cascabel...?
    Walter Phelan esbozó una sonrisa. [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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