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    muchos más.
    Sin embargo, se habían, traído a sus mujeres pues, se veían algunas usando espesos
    suéteres de lana y faldas en nada parecidas a las usadas por las del pueblo Tenil
    Orugaray. Los niños pequeños correteaban alrededor de ellas, mientras que algunos
    mayores cuidaban rebaños de ganado: vacas, ovejas, caballos, una gran cantidad de
    ganado que pastaba en muchos kilómetros a la redonda. Se estaban preparando rústicos
    corrales.
    El enemigo había vuelto para quedarse.
    ¿Por qué, Storm, por qué?
    Hu, los llevó hasta la Casa Grande. Las chozas que se agrupaban alrededor cortaban
    la vista del campamento. El espacio abierto al frente de la edificación estaba desierto. No
    se veía moverse a ninguna persona en lo que antes había sido él bullicioso, parlanchín y
    alegre centro de la comunidad.
    La misma casa estaba cambiada. Sobre la puerta acostumbran a colgar guirnaldas, de
    hojas de roble en verano y de acebo en invierno. Ahora brillaba un emblema dorado y
    plateado, el Labris atravesando el Disco del Sol. Dos guardianes hacían orgullosamente
    guardia, con armaduras de cuero, emplumados y pintarrajeados, con lanza, daga y arcas,
    y con el hacha en la mano. Dieron el saludo de los Guardianes a los recién llegados.
    -¿Está Ella dentro? -preguntó Hu.
    -Sí, mi amo -contestó el mayor de los Yuthoaz, un pelirrojo macizo con barba partida.
    En su escudo estaba pintado un lobo.
    Asombrado, Lockridge reconoció a Withucar. Su brazo partido se había soldado.
    -Ella está haciendo sus actos mágicos tras la oscuridad -dijo el guerrero.
    -Guarden a este hombre aquí fuera hasta que Ella lo llame -ordenó el Guardián. Entró
    en el interior. La cortina de piel aleteó tras él.
    Auri cubrió su rostro y comenzó a sollozar. Lockridge acarició sus mechones dorados.
    -No tienes que quedarte aquí -murmuró él-. Ve a ver si encuentras a alguien de tu
    familia.
    -Si es que aún viven.
    -Deben estar vivos. No hubo más lucha. Storm trajo a los forasteros para cumplir
    alguna misión que ella misma les debe haber dado. Ve ahora a casa.
    Auri comenzó a alejarse. Un soldado extendió la mano, tratando de retenerla. Lockridge
    se la golpeó, haciéndole desistir.
    -No tienes órdenes de retenerla -gritó.
    El soldado volvió a su posición con miedo en el semblante. Auri se desvaneció entre las
    cabañas.
    Withucar había seguido los acontecimientos con más buen humor que su asombrado
    compañero. Su cara se distendió en una sonrisa.
    -Pero, si es el que logró escapársenos -se asombró-. Bien, bien.
    Dejó su lanza apoyada y se acercó a Lockridge para poderle dar palmadas en la
    espalda.
    -Eso fue la hazaña de un gran guerrero -comentó con una amistad sincera-. Ja, como
    nos vapuleaste. ¡Y total, por causa de una niña! ¿Qué tal te han ido las cosas desde
    entonces? Ahora somos amigos, ¿sabes?, y he visto a los dioses tan cerca estos días
    que me asombro de pensar que no usaste brujerías, tan sólo trucos que me gustaría
    mucho aprender. ¡Bienvenido seas!
    Lockridge reflexionó por un momento: aquí tenía la oportunidad de conseguir un relato
    honesto de la situación.
    -He ido lejos, en una misión para Ella -dijo lentamente-, y no sé lo que ha pasado en
    estas tierras, y la sorpresa de encontrar de vuelta a tu clan. Y, además -clavó una espina
    deliberadamente -no esperaba hallarte haciendo de guardián como cualquier muchacho
    normal.
    Withucar se resignó y contestó con rapidez y gravedad:
    -¿Quién, más que los nacidos más altos, pueden guardarla?
    -Esto... bien. Pero no obstante, ¿desde cuándo lo hacen los hombres de tu tribu?
    -Desde mediados de este verano, o poco después. Verás, éramos un pueblo asustado,
    después de la derrota del mismo Señor del Fuego y de que fuéramos dispersados por
    extranjeros cuyas armas eran de verdadero metal. Nos sentíamos afortunados por haber
    escapado, e hicimos grandes sacrificios a los dioses de estas tierras. Pero llegó un
    emisario de Ella y habló a nuestro consejo. Dijo que Ella no estaba molesta con nosotros,
    pues éramos una gente sencilla a la que había engañado el gigante. Tanto era así, que
    estaba dispuesta a utilizarnos como guerreros, pues los de Ella debían volver allí de
    donde habían venido.
    Naturalmente, pensó Lockridge, recordando. Los Ingleses debían ser enviados a su
    tiempo, estaban demasiado poco adaptados para ser una ayuda eficaz en este tiempo, sin
    tener en cuenta además, que eran visiblemente extraños. Storm había dejado caer alguna
    frase sobre una idea que tenía para defender este cuartel general del nuevo campo de
    operaciones que constituía esta era.
    -Bueno -continuó Withucar-, no estamos seguros. Los jóvenes aventureros podrían
    entrar a formar parte de su guardia durante algunos años, pero ¿y los hombres ya con
    familia? Además, ¡tan lejos de nuestros hermanos de raza! ¡Y de nuestros dioses!
    Entonces el emisario explicó que Ella deseaba que un pueblo guerrero fuese allí y se [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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